En el rugby hay dos momentos y dos lugares incomparables. El primero tiene lugar en el vestuario, justo antes de que comience la acción. Digo acción porque decir jugar sería no decirlo todo: eso no es jugar, es algo más o yo lo siento así. Lo comprendes por el espeso silencio en que se viste el equipo, por el ritual de vendas, linimento, cremas calentadoras, masajes, cinta para sujetar las torsiones articulares, esparadrapo, fundas en los dientes, vaselina en el rostro, balones golpeados contra los hombros, cuellos en violentas rotaciones, miradas obtusas, tensión en las voces, miradas contra el espejo descifrando letanías de embrutecimiento. Lo sabes cuando, por fin, la camiseta baja sobre el cuerpo. Una vez que la camiseta está sobre el cuerpo, ya no hay nada más. Nada que pensar, nada que decir, nada que temer. Sólo una coraza que aprisiona el esqueleto, haciéndolo duro, intocable, resistente, poderoso. Entonces es cuando deseas ser piedra.
El segundo instante es algo posterior y mucho más efímero. Dura apenas unos segundos y lo contiene el momento en que la pelota va a ponerse en juego, va a planear levemente como una bomba fatal hasta caer al otro lado de la muralla. Y hay que ir a buscarla. Hay que ir por cojones, como uno va a al frente, fastidiado (puede), pero queriendo esa obligación, amándola, porque uno sabe lo que va a encontrar allá enfrente: un muro de cuerpos que aguarda la colisión frente a otro muro de cuerpos. En ese instante, uno no piensa, pero siente que está rezando para que los pulmones se abran y no se interpongan en lo que ha de ocurrir durante 80 minutos, para que no te detenga un solo dolor ni un solo golpe. Para ser piedra, otra vez, todas las veces. La razón está suprimida y sólo se autoriza el funcionamiento de lo indispensable. Todo lo que tiene que ver con la pelota, el espacio, el contrario, la demolición, el ensayo. Es curioso porque, después de ese primer choque contra la pared, hay que ponerse a pensar y no dejar de hacerlo. Pensar y sufrir, empujar y pensar, pasar y pensar, correr hasta allá y pensar, placar y pensar, empujar y empujar, pensar y empujar. Ser piedra. En ese silencio de tonelada en el que se oye el viento, revientan las voces cuando un pelotazo se levanta en el aire. Hay que ir. Ahí donde caiga... ahí comienza la historia.
"Derrota y rendirse, eso no aparece en mi vocabulario"
..TASMAN..
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