miércoles, 19 de enero de 2011

..Tasman..

     Si en algún momento pude dejar el rugby fue antes de jugarlo. Ahora sé que jamás podré dejarlo.
La culpa de todo la tuvo el balón. El balón de rugby... Una vez que lo has tocado, te quedas atado a él.


     Un balón de rugby entre las manos constituye un viaje sensorial, no importa dónde ni en qué situación de la vida lo toques. El balón de rugby está hecho de una materia falsamente artificial. Puede que sólo sea goma inflada, pero su antropomórfica composición tiene algo que te eriza la piel. Para empezar, nadie sabe qué hacer con un balón ovalado. Salvo nosotros, que hemos aprendido a botarlo sobre su lado justo para que nos vuelva a las manos. El cerebro sabe aún más que nosotros mismos. Hay sonidos (el repiqueteo de las botas de tacos en las baldosas del vestuario cuando sales al campo), hay olores (la hierba que te aplasta la cara en el fondo de un ruck, las cremas que calientan los músculos en el vestuario y que persisten cuando sacas la ropa de jugar de la lavadora), hay sabores (el de la cerveza y otros que no se nombran) y hay texturas que el cerebro de un jugador de rugby reconoce de inmediato. Todas remiten a una sola: las sensaciones que uno tiene en el campo cuando toca un balón. La urgencia de avanzar con él hasta donde te dé el aliento, la obligación de usarlo bien, el rearme muscular frente a los golpes que vienen, la claridad para buscar espacios, evitar hombres, reconocer compañeros y no perderlo.


 

 
     La nostalgia del rugby es traicionera, así que conviene no tener balones de rugby en casa. Porque puede suceder que uno esté al pedo en el sofá, toque la pelota como para entretener algo en las manos y... ese simple roce supone un peligro mayor: enseguida dan ganas de metérselo entre el brazo y el vientre y cargar contra las 32 pulgadas de TFT de la televisión. Ellas no lo entienden y te mirarán mal, haciéndote sentir raro o fuera de contexto, porque ellas no saben lo que se siente cuando uno gana la línea de ventaja en un partido. Ganar la línea de ventaja con un balón de rugby en las manos es como saltar por encima de las trincheras enemigas con un bebé envuelto en los brazos. Todos te quieren matar o bien están dispuestos a deshacerte los tobillos a mordiscos o a descerrajarte un tiro en la cabeza. Tú estás resuelto a morir si hiciera falta, porque un balón en las manos te abandona en un territorio de pasiones trascendentales que te hacen sentirte un héroe... Pero antes has de entregar al bebé almendrado, sano y salvo.
Ellas no lo entienden. No entienden que con la pelota en las manos uno no puede quedarse quieto. Hay que avanzar por cojones. Y si hace falta comprar una televisión nueva, se compra.